Mario Ciudad Vásquez, la figura que hoy nos convoca en este lugar de respeto, nació un once de mayo de 1915 en La Unión. Sus estudios primarios los realizó en el Liceo Alemán de Santiago, en tanto sus estudios secundarios fueron cursados en el Instituto San José y en el Liceo de Hombres de Temuco.

Su pasión por el estudio lo lleva posteriormente a obtener el grado de Licenciado en Medicina de la Universidad de Chile el año 1941 y el de Profesor de Estado en Filosofía el 9 de abril de 1947. Las inquietudes sociales y políticas, su preocupación por la realidad nacional, lo llevan desde joven a integrarse al Colegio de Periodistas con el Registro Nacional Nº 128. Su trabajo intelectual alcanzó niveles de relevancia en la Universidad de Chile, a la que ingresa en calidad de Ayudante de Filosofía el año 1940, alcanzando la condición de Profesor Ordinario de Filosofía en 1949.

Se desempeñó como profesor de Historia de la Filosofía Moderna entre los años 1952 a 1993. Fue también Profesor de Historia de la Filosofía Contemporánea, Seminarios de Título y de Metafísica. Ocupó el cargo de Decano de La Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad en el período 1978 a 1980. A estos antecedentes académicos es necesario agregar brevemente otros quehaceres de nuestro filósofo. En efecto fue Director del Departamento de Extensión Universitaria de la Universidad que admiró tanto y realizó un trabajo de real extensión del conocimiento, en calidad de Director de las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile. Esta acción cultural enorgulleció a Mario Ciudad en todo momento. Se trataba del aula que iba al pueblo, a diversas provincias de Chile, a rincones apartados donde llegaban diferentes profesionales a enseñar, a educar con voluntad pedagógica a las personas. Fue fundador y Presidente de la Sociedad Chilena de Filosofía como también Fundador y Director de la Revista de Filosofía entre los años 1949 a 1956. Fue integrante además de la Sociedad Peruana de Filosofía y de la Sociedad Interamericana de la misma materia. No debemos olvidar aquí que en su momento fue Director del Diario La Nación y Ministro Secretario General de Gobierno en 1955 a 1958, en la Presidencia del Venerable Hermano Carlos Ibáñez del Campo.

Las publicaciones e investigaciones de este pensador chileno configuran una verdadera constante de un paciente trabajo espiritual, iniciado a fines del año 1938. Filósofos y literatos como Descartes, Goethe, Kierkegaard, Nietzche, Bergson, Husserl, Schopenhauer, Pascal, Spinoza y Fichte entre otros brotaron de la pluma de Mario con naturalidad y sentido. A ellos debemos agregar a pensadores nuestros como Jorge Millas, Pedro León Loyola, Félix Schwartzmann y por cierto, a los educadores alemanes y chilenos que formaron con infinitos sueños el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Ese recordado Instituto Pedagógico es la deuda que los humanistas y laicos tenemos con nuestro querido amigo, que desde hace horas viaja en la vía infinita del conocimiento, en la sustancia universal, en la totalidad rica y plena.

Mario pertenece al mundo de las ideas, al hogar del, pensamiento que siempre fue guarida y sustento. Me atrevo a decir, con el permiso de ustedes, que nuestro hombre ingresó a un nuevo espacio de conciencia, a una realidad que desde aquí no entendemos, a la infinitud y eternidad donde van los grandes, los que dieron su ser y su estar a la noble tarea del conocimiento humano. En mi calidad de Orador pro tempore de la Respetable Logia Cóndor Nº 9 tengo el deber de señalar algunos datos de la vida masónica de Mario Ciudad.

Vio la luz masónica el 15 de julio de 1943, iniciándose así en nuestras prácticas y doctrinas. Tuvo su Aumento de Salario el 16 de noviembre de 1944, para alcanzar el grado de Maestro el 23 de mayo de 1947. Fue miembro del Tribunal de Honor de nuestra Respetable Logia aproximándose a la década de 1990. Fue distinguido por nuestro Taller como Miembro Honorario de la Logia. Estos datos que ayudan a la memoria no son suficientes, a mi juicio, para conocer el trabajo de nuestro Venerable Hermano Mario Ciudad en nuestra querida logia. En beneficio de los más jóvenes es preciso rememorar su quehacer logial. En cada una de las Tenidas tomaba la palabra y nos enseñaba acerca de las materias más diversas, con espíritu pedagógico, con claridad sanamente envidiable. Educaba a sus hermanos en forma indirecta. Llevaba a la práctica los Principios que orientan a la Francmasonería chilena. Fue un incansable buscador de la verdad que en este momento llama a cada masón a continuar en ese trabajo difícil y sin dudad maravilloso.

Mario Ciudad tuvo la habilidad de vincular con éxito las tareas universitarias, la actividad política, sus labores logiales y su querido núcleo familiar. En este hombre que despedimos y saludamos no hubo lugar a esciciones, a dicotomías tan propias del vulgo. En efecto, fue hombre de su tiempo y de su época, de su pueblo y de su historia, de su razón y de sus sentimientos. Mario, nuestro Mario, ha entrado con tranquilidad a la historia de la Filosofía. Sus obras se leen en la cátedra universitaria y en la formación masónica. Su noble quehacer público fue reconocido en su momento por la Academia de Ciencias Sociales, Morales y Políticas del Instituto de Chile, de lo que algunos llaman “Senado de la Inteligencia”. En un libro de reciente publicación del filósofo Roberto Escobar, “El vuelo de los búhos. Actividad filosófica en Chile de 1810 a 2010”, las palabras de Mario Ciudad siguen vigentes después de 50 años: “ hay una mansión cultural, una especie de Tierra Prometida del ser humano en nuestros días.

El hombre ha creado un mundo cultural, en un intento de superar el devenir de la naturaleza y la fugacidad de la existencia human. Encamina así sus pasos hacia una estabilidad superior. Anhela vivir en sus obras, ya que no puede sobrevivir en su individualidad. El espíritu se cultiva en la cultura”. A nombre de quienes nos acompañan, de tus seres queridos, de quienes estuvieron a tu lado en los últimos años, cumplo con el deber de agradecerte y de reconocer en ti a un Maestro entre los Maestros, a un Sabio que desde su sur natal se empinó a las estrellas.

Enrique Sáez Ramdohr

22 de diciembre de 2008.