A TIRAR LÍNEAS

Presentación para el libro De Riguroso Verde

No fue un asunto fácil volver a escribir poemas a mi edad después de un silencio ancho y poderoso. Los primeros versos fueron para mí verdaderas complicaciones, no por el hecho de trazarlos, sino porque consideraba que esta actividad que me encantó desde joven había muerto para siempre. Dónde  se produjo una especie de “resurrección” no lo sé. Respecto de este asunto soy tan ignorante como el supuesto lector. Veamos por qué me enredaron estos poemas. Contemos, en honor a la verdad, su pequeña historia.

En mi vida ha habido períodos muy diversos en los cuales he escrito diferentes cosas: poemas, cuentos, novelas  y textos para el teatro. Pero aquí voy a hablar solamente de la poesía. Como suele ocurrir usualmente, en un comienzo fui absolutamente idealista e ingenuo hasta decir basta. Como joven no tenia las nociones doctas de la academia o no había leído un pesado y gordo tratado  de estética. Mi mundo en ese entonces lo configuraban poetas mayores. Poetas chilenos y, además, muy queridos. Pablo Neruda y sus inolvidables Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada; Juvencio Valle con sus versos tan humanos, tan cálidos, que a uno le daban ánimo; Edmundo Herrera con su libro azul de pájaros; Fernando Quilodrán con su poesía de compromiso abierto, dedicado, libre como el viento. Había un solo poeta extranjero, mi escritor de cabecera, un romántico de pies a cabeza: Federico García Lorca. Ese era mi mundo, y lo confieso, era maravilloso.

Esta época de aprendizaje, de lecturas entendidas y medioentendidas, de incomprensiones familiares y de activismo político, se cerró de un portazo. No más poesía. No más escritos de lo que fuera. Ese “mi mundo”, que tanto costó construir, cayó en desgracia con el golpe militar, como le ocurrió a la mitad de la sociedad chilena. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra?  A primera vista, nada. Yo podía seguir escribiendo y los militares realizando sus actividades.

Pero en este punto la historia de mi poesía se pone más entretenida, más traviesa. Mi madre fue aquí un verdadero personaje. Después de ser detenido el 14 de septiembre  de 1973, ella tuvo la pesada tarea de quemar un montón de papeles míos y, por cierto, la incipiente biblioteca que comenzaba a engordar lentamente. Quemó documentos que hoy tendrían un valor histórico y que pertenecían a viejos conocidos. Seguridad ante todo parecía ser su consigna. Incluso estando preso escribí encendidos poemas políticos, con letra minúscula, y ella los sacó en los días de visita  de la Cárcel Pública de Santiago. Yo vi esos poemas algo reiterativos, pero con el tiempo no supe más de ellos.  La limpieza poética funcionaba como reloj.

En los tiempos de universidad mi poesía cambió radicalmente. Pasé de la ingenuidad, de la sencillez, a la complicación, a la poesía metafísica, hermética y hasta imaginista. Mis libros de cabecera también cambiaron. García Lorca cedió  su lugar a T.S: Elliot, Ezra Pound y James Joyce  entre los más destacados. Escribir en difícil era la idea. Además, si a eso se le añadía un baño de filosofía, tanto mejor. En ese entonces hice una publicación artesanal, junto a mi hermano, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Se tituló Poemas Distantes y  fue vendido a compañeros de estudios y a profesores universitarios. No tuvieron esos poemas la debida patente burocrática. Habría sido un error político por los tiempos que corrían. Fui un comerciante en chico de mis propios versos, de aquellos que  esperaron cinco años para ver la luz en forma restringida.

No recuerdo la fecha en que dejé de escribir poemas, pero debe haber sido  allá a mediados de los ochenta. Mis clases de filosofía y algunas investigaciones académicas se llevaban todo el tiempo. Como funcionario público había que cumplir con todo. Nada de distracciones. Si había un resquicio de tiempo, se lo daba  a las andanzas políticas con todos aquellos que buscaban un cambio en el país, sin excluir por supuesto a nadie. El divorcio con las letras pareció definitivo. Cuando quise escribir o estaba metido en una revolución o sufría las inclemencias de un golpe de estado.  Que no se piense que la política  y sus vicisitudes son las culpables, como es el rezo frenético en nuestros días. La cosa es precisamente al revés.

¿Cómo es que vuelvo a escribir poesía?  Intentaré una respuesta. Mi relación con la poesía ha sido casi siempre de lucha, de contradicción, de profunda rebeldía. Si a eso se agrega la in fluencia nerudiana, sufrida por tantos poetas en Chile, se comprende la distancia tomada.  La repetición, la copia, la moda, la idolatría no van con mi modo de ser.  Nada tengo contra los acólitos de tal o cual credo, pero no seré uno de ellos. El poema Preguntas y Respuestas  de este libro muestra un  poco  mi silueta. Un segundo argumento se  suma al ya establecido. A medida que los años se esfuman, que nuestros ideales van quedando solos, como ancianos prontamente olvidados, valores como la amistad y la lealtad  se transforman en verdaderas columnas, en impensados incentivos que  a uno lo llevan a escribir.  Jamás supuse que alguien  se pondría a la  obra gracias a la amistad. Mis amigos, vivos algunos, muertos otros, no dijeron nada. Algunos poemas los recuerdan o emulan con nombre y apellido. La poesía es solidaria y ha sido siempre solidaria. Está y ha estado más con el hombre y con el mundo del hombre. Ese es el verdadero cielo.

El nombre de este libro, De riguroso verde , se fundamenta en mi madre. El color verde era su preferido. Con algo de exageración se podría sostener que era su color. Así, la palabra “verde” aparece algo seguido en las líneas que continúan. Poetizas y poetas tienen sus expresiones predilectas, necesarias, identificatorias en sus escritos. Nadie escapa a esta feliz persecución del verbo, a esta jugarreta  inexplicable que, de pronto, hace bello un poema o simplemente lo destruye. ¿Qué sería de mis versos sin estos verdes milagrosos? ¿Cómo podría afirmar un mes del año sin recurrir al mágico junio? ¿Cómo levantar un estado de ánimo, una actitud, sin la palabra “aromos”?  ¿Cómo no ser el hombre que va o viene, ya sea de la vida, ya sea de la muerte?

Una breve referencia a dos poemas políticos incluidos en este texto de reencuentro con mi poesía. Uno de ellos se centra en el Che Guevara y en su dolorosa gesta, solitaria e incomprendida las más de las veces. Al  cumplirse los treinta años de su muerte, el mundo se pobló literalmente de diversos homenajes. Por cierto, no faltaron los libros ni las recopilaciones musicales. Tampoco los monumentos ni los discurso.  Mis versos  no se suman a esa orquesta bien desafinada. Más bien se alejan de toda acción política interesada.

Desaparecidos es un poema que cala con fuerza en mi alma y se refiere, de preferencia, a quienes fueron asesinados y luego desaparecidos en Chile. Escrito en un lejano marzo de 1998, sin duda previo a la Mesa de Diálogo, intenta rescatar con palabras e imágenes a quienes sufrieron este crimen de Estado. Las heridas aún persisten. Los restos de  osamentas y cuerpos todavía  hoy se mueven a lo largo y ancho de nuestro país. El silencio se multiplica y la injusticia también. La verdad es un síntoma, y como todo síntoma viene y se va. Los poetas podemos hacer poco, o casi nada. Pero no nos podemos dar el lujo de callar.

Enrique Sáez Ramdohr